El Misterio de la Croqueta Desaparecida

El Despacho Informal, nuestro coworking de confianza en el corazón de Zaragoza, no era solo un lugar para trabajar; era un caldo…

El Despacho Informal, nuestro coworking de confianza en el corazón de Zaragoza, no era solo un lugar para trabajar; era un caldo de cultivo para las excentricidades. Entre la seriedad de los programadores, la creatividad de los diseñadores y el constante tecleo de los copywriters, siempre había espacio para una buena carcajada. Pero ninguna fue tan memorable como la que rodeó El Misterio de la Croqueta Desaparecida.

Todo comenzó un martes, el día sagrado de la «Tapa del Mes» en la cafetería contigua. Ese mes, la estrella eran las croquetas de borraja con jamón de Teruel, una delicatessen local que provocaba auténtico furor. Marta, nuestra diseñadora gráfica, había encargado una docena para una sesión de brainstorming con su equipo. Las dejó estratégicamente colocadas en un plato en la nevera de la zona común, junto a una nota que decía en letras mayúsculas: «¡NO TOCAR! Croquetas para el brainstorming de las 12:00. Gracias. M.»

La nota era clara. La croqueta era sagrada.

A las 11:55, Marta regresó a la nevera, lista para el festín pre-creativo. Abrió la puerta con una sonrisa expectante… y su sonrisa se disolvió en el aire. El plato estaba allí, con once croquetas. ¡Una había desaparecido!

Un silencio sepulcral cayó sobre la zona común. Los murmullos cesaron. Las cabezas se giraron. La tensión era palpable. Marta, que por lo general era un remanso de calma, se transformó en una Sherlock Holmes indignada.

«¡¿Quién ha sido?!» Su voz, aunque no alta, tenía un eco de traición.

Las miradas se cruzaron. Juan, el programador que siempre llevaba cascos, se los quitó lentamente, como si despertara de un trance. Lucía, la community manager, parpadeó con inocencia calculada. Incluso Paco, el encargado del espacio, que siempre lo sabía todo, parecía genuinamente perplejo.

La búsqueda de pruebas comenzó. La nevera fue examinada milímetro a milímetro. ¿Migas sospechosas? Ninguna. ¿Un rastro de aceite de borraja? Nada. El único indicio era el plato, ahora con un vacío que resonaba en el alma de Marta.

Fue entonces cuando la genialidad de Leo, nuestro copywriter de chistes malos, entró en juego. «Quizás… el Duende de las Croquetas. ¿Sabéis que El Despacho Informal tiene su propia leyenda urbana?»

Nadie le hizo caso. Marta ya estaba interrogando a Paco sobre los horarios de limpieza.

La tarde transcurrió con una extraña atmósfera. Cada vez que alguien abría la nevera, una docena de ojos se clavaban en él. Los susurros sobre «el ladrón de croquetas» se extendieron como la pólvora. Hubo una campaña de emails anónimos pidiendo «confesiones croqueteras». Incluso se propuso instalar una webcam en la nevera. La croqueta se había convertido en un símbolo de la confianza rota.

A última hora, cuando el sol se ponía sobre los tejados de Zaragoza y el coworking se vaciaba, Paco, el encargado, se acercó a Marta con una sonrisa de disculpa y un pequeño tupper.

«Marta, de verdad que lo siento muchísimo», empezó, abriendo el recipiente. Dentro, intacta, reposaba la croqueta perdida. «Esta mañana, justo antes de que llegarais, estaba yo colocando unas bebidas y vi la nota. Pensé que una croqueta de más te vendría bien para la merienda y la guardé aparte para que no la tocaran por error. Se me fue la cabeza con el papeleo y lo olvidé por completo.»

Marta miró la croqueta. Luego miró a Paco, que se encogía de hombros con una vergüenza genuina. Un silencio. Y de repente, Marta estalló en una carcajada que resonó por todo El Despacho Informal. Una carcajada contagiosa que pronto fue secundada por Leo, Juan y Lucía, que todavía estaban en el espacio.

El Misterio de la Croqueta Desaparecida no solo nos dio una anécdota hilarante que contar en cada nuevo evento de networking, sino que también nos recordó algo importante: incluso en los entornos más profesionales, un pequeño despiste puede generar una gran historia, y la risa es siempre el mejor ingrediente para fortalecer la comunidad. Y sí, al día siguiente, alguien dejó una nota en la nevera que decía: «¡Cuidado con el Duende de Paco!».


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